Como su propio nombre indica, es la responsabilidad que dictamina que tanto el padre como la madre tienen la misma responsabilidad en cuanto al desarrollo, educación, bienestar o salud de sus hijos.
Vivimos en una sociedad en la que las mujeres han salido a trabajar fuera, pero los hombres no han entrado a trabajar en el hogar en la misma proporción y medida.
Cuando los dos miembros de la pareja trabajan fuera de casa, parece justo que la responsabilidad del cuidado del hogar y de los hijos debe recaer por igual, o al menos, llegar a un acuerdo en el reparto de responsabilidades de una forma equitativa y equilibrada.
Pero cuando no se reparte esta responsabilidad, se cae en un agotamiento físico y mental por falta de tiempo para uno mismo, además de la carga emocional que genera la sensación de no parar y no llegar a todo.
Lo razonable y saludable es hacer las cosas a medias, repartir las tareas, saber cada uno qué función tiene y de qué le toca ocuparse en cada momento.
Pero para compartir es necesario saber apoyarse en el otro, confiar en que aquello que haga estará bien, aunque sea a su forma y no a la tuya.
Esto es lo que nos pierde muchas veces.
Creemos que por ser mujeres nos tenemos que responsabilizar en exclusiva del cuidado del hogar y los hijos, y que como nosotras no lo hace nadie. Y en muchas ocasiones delegar y pedir ayuda nos genera culpa.
Ana Kovacs nos sugiere que lo primero que debemos hacer es cambiando en nuestro vocabulario la palabra delegar por compartir.
Delegar significa “dar un poder, una función o una responsabilidad a alguien para que ejerza en tu lugar o para obrar en representación tuya”.
Es decir, para poder delegar primero te has otorgado la exclusividad de la responsabilidad de la crianza de los hijos, pero como ya hemos dicho, esta responsabilidad tiene que ser compartida, tener hijos suele ser cosa de dos, exceptuando los casos de madres solteras.
Por otra parte, los hombres aceptan este apoderamiento de responsabilidad exclusiva, y esperan que sus parejas les pidan ayuda para intervenir en el cuidado del hogar y los hijos, y se excusan sin darse cuenta diciendo:
¡Habérmelo dicho!
Si me lo dices ya sabes que yo te ayudo.
Así que, ya podemos concluir con los dos primeros pasos para tener un hogar corresponsable:
- Por un lado, para las mamás, deja hacer al otro, alabando y reconociendo su labor y responsabilidad adquirida.
- Y por otro lado, para los papás, reclamando una responsabilidad compartida, definiendo cuál es tu sitio, papel o responsabilidades dentro del cuidado de la casa y los hijos. Recuerda que también es tu hogar y también son tus hijos.
Te animas,
¿Empezamos a crear un hogar corresponsable?