La Navidad es una época que tiene sus propias características. De repente las calles se llenan de gente, de bullicio y de luces de colores. Nos felicitamos entre nosotros y nos dedicamos sonrisas y frases amables con las que transmitimos nuestros mejores deseos. Es como si, de repente, la atmósfera que nos envuelve se transformara y nos invadiera un espíritu de paz y armonía que desgraciadamente suele pasar con la misma velocidad que pasan los días.
El colofón de todas estas fiestas y celebraciones es la noche y el día de Reyes. Sin lugar a dudas ambos son mágicos porque de Oriente vienen Melchor, Gaspar y Baltasar cargados de regalos para repartir entre niños y no tan niños. Son regalos especiales porque cumplen con los deseos que hemos manifestado en nuestra carta.
Normalmente cuando pensamos en regalar o en pedir siempre nos referimos a cosas materiales. Estas son muy variadas: juguetes, libros, dispositivos electrónicos, ropa, perfumes y así un largo etcétera. Y no digo que no haga ilusión, porque cuando ves el árbol rodeado de regalos siempre te emocionas de pensar que seguro que los Reyes no se han equivocado y te han traído lo que has pedido, porque todos sabemos que ellos hacen magia.
Pero hay otros regalos que producen una enorme emoción y que dejan huella. Hablo de aquellos que no tienen precio, que son gratis, que no hace falta hacer una enorme cola para conseguirlos. Son regalos muy especiales porque nos hacen sentir bien, nos reconfortan y nos alegran, porque consiguen, en una palabra, hacernos felices.
No olvidemos regalar a los niños una sonrisa, tiempo, atención, escucha, un abrazo. Porque lo más importante y mágico de la Navidad no son las luces ni las celebraciones sino las emociones que despierta en nosotros.
Yo le he escrito a Gaspar, él ha sido siempre mi Rey favorito y este año le he pedido que la Navidad no se acabe, que todos los días del año sean Navidad para poder regalar y recibir regalos todo el año, pero de esos que no tienen precio y además ¡son gratis!.