Los límites físicos son más fáciles de establecer que los límites emocionales, pero ambos son igual de importantes
Párate un momento a pensar en esa caminata que un día hiciste por la montaña o el campo con amigos, con tu pareja, con familiares… o quizá sola, y te encontraste con un cartel en un determinado punto de la andadura que decía «Prohibido el paso», o una señal que anunciaba peligro, con un enorme símbolo de exclamación en medio. Al verlos, tanto a uno como al otro, entendemos que no podemos seguir nuestra ruta y damos media vuelta, ¿verdad? Algo así debería ocurrir con los límites que debemos marcar en nuestra vida.
Los límites no son más que las indicaciones de uno o varios puntos que no se deben o no se pueden sobrepasar. Los límites físicos son más fáciles de establecer que los límites emocionales y, sin embargo, son igual de importantes ya que nos estructuran como personas y van definiendo nuestra identidad.
Por otro lado, es una forma de defendernos ante el otro.
Ambos tipos de límites, tal como indica Macarena del Cojo, psicóloga general sanitaria en Instituto Psicológico Cláritas, nos ayudan a una autorregulación: «Es lo que va a asentar las bases de una adecuada autoestima, ya que permiten diferenciar hasta dónde llega el otro y hasta donde yo o como es el otro y como soy yo».
Tips para poner límites
Cercar dónde no pueden acceder los que nos rodean, o al menos no todos, es una forma de protección no solo de lo íntimo, también de lo que no queremos hablar o hacer porque nos hace daño o no nos hace sentir cómodos. Irene Giménez, especialista en Psicología en el Institut Dra. Natalia Ribé y miembro de Top Doctors, lo considera imprescindible: «Cuando ponemos límites no hacemos más que expresar nuestras necesidades, a pesar de que éstas sean diferentes a las del resto. Y lo mismo ocurre cuando son los otros quienes nos ponen límites; en ese momento nos vemos obligados a atender a las necesidades y sentimientos de los demás, a pesar de que éstos choquen con nuestros deseos». Todo ello va relacionado con la empatía y la autoestima.
«Poner límites va a asentar las bases de una adecuada autoestima»
Macarena del Cojo , psicóloga general sanitaria en Instituto Psicológico Cláritas
Para esta psicóloga, priorizar constantemente las necesidades de los demás, por miedo al rechazo, a ser juzgados o por evitar sentirnos culpables después, nos merma directamente la autoestima. Por tanto, aprender a decir ‘no’ repercute en nuestro bienestar y se encuentra en la base de cualquier relación sana que se precie.
A la hora de poner límites, tenemos que incluir la palabra ‘no’. Un monosílabo que no se tarda nada en decir y el que, en cambio, nos cuesta tanto… Según dice Laura Fuster, psicóloga en Valencia, en su consulta proponen a las personas que les cuesta decir que no «que empiecen haciéndolo en situaciones sencillas y con personas de confianza». La primera palabra debe ser no, seguido de ejercer contacto visual y con un tono de voz seguro y audible. Esto sería expresándonos de una manera directa y sin dudas pero también con educación y respeto hacia la otra persona, algo así como… ¿Quieres tomar café conmigo? y contestar ‘no, no me apetece tomar café’.
Del mismo modo, cuando acepto un ‘no’ por respuesta sin frustrarme, sentirme dolido o enfadarme por ello, pongo en marcha los mecanismos de la empatía, comprendo y acepto que el otro priorice sus deseos y necesidades a las mías, y es más, lo respeto por ello. No debemos olvidar que las personas que establecen límites y se comunican asertivamente, son las más respetadas.
Aunque nunca es tarde para aprender a poner límites, es importante destacar que el momento perfecto para entrenarse en ello es la infancia. Para Irene Giménez, cuantos menos límites pongamos a los niños, menos tolerantes a la frustración serán, de manera que al llegar a la edad adulta no estarán preparados emocionalmente para aceptar un ‘no’ por respuesta, y esto traerá consecuencias nefastas. Del mismo modo, cuenta, cuando en la infancia la dinámica familiar es muy autoritaria y nunca se cede a nada, es decir cuando todo es ‘no’, en la edad adulta también aparecerán problemas de baja autoestima e inseguridades.
«La ausencia de límites también puede estar relacionada con cierta hiperresponsabilidad con ciertas tareas que no nos pertocan, y creer que podemos con todo»
Irene Giménez , especialista en Psicología en el Institut Dra. Natalia Ribé y miembro de Top Doctors
Como en todo, el primer paso es el que más cuesta. En este caso, ser consciente de que hay que limitar «el acceso» libre que se toman muchas personas ya es un gran paso, y estos serían los siguientes a seguir:
- Detectar las situaciones: lo primero es detectar las situaciones que nos provoquen un malestar. Aunque no hagamos nada al principio, pero es necesario este ejercicio de autoobservación. Una vez vayamos teniendo más claro y nos creamos nosotros mismo los límites iremos actuando poco a poco sin darnos cuenta.
- No autoexigirnos: «Es importante tenernos paciencia. Empezar a establecer límites no es algo fácil por lo que tenemos que ser considerados con nosotros mismos», explica Macarena del Cojo.
- Soportar la culpa: tal como advierte la psicóloga del Instituto Psicológico Cláritas, al principio va a ser común que sintamos culpa por llevarlo a cabo, ya que los vivimos como algo negativo hacia el otro, pero «es algo que poco a poco remitirá».
- Recordar nuestro valor: todos somos valiosos y tenemos derecho a decir y actuar lo que pensamos. Los demás van a seguir queriéndonos igual.
- Ser asertivo: Poder decir lo que pensamos siendo educados pero con firmeza. Lo que nos produce seguridad y respeto.
- Saber decir ‘no’. «Es el santo grial», señala la psicóloga de Top Doctors Irene Giménez. Como ya hemos visto, para empezar a poner límites en nuestra vida, tenemos que empezar a practicar el ‘no’ cuando verdaderamente no nos apetece algo, y no dejarnos intoxicar por el miedo al qué dirán, por si el otro se enfadará o por pensamientos irracionales del tipo «no soy buena persona o amiga por haber dicho no».
En el caso de no poner límites, tenemos que hacer frente a las consecuencias. «Cuando el hecho de no poner límites se produce en un largo periodo de tiempo o con ciertas personas tiene una serie de consecuencias», alerta Macarena del Cojo.
En primer lugar sufriremos un malestar general ya que estamos ante una relación que no es igualitaria. Tus necesidades no cuentan: «Puede provocar una inseguridad general derivado de una baja autoestima, ya que el otro no da valor a lo que yo quiero porque yo mismo no le estoy dando valor», cuenta.
Además de la dependencia emocional que se va a producir , tendremos dificultad para saber lo que yo quiero… «Al haber dejado a un lado continuamente lo que uno quiere a costa del otro, provoca que tengamos dificultades en identificar quiénes somos y lo que queremos. Es decir, una falta de identidad», alerta la psicóloga del Instituto Psicológico Cláritas.
«La ausencia de límites se encuentra en la base de la comunicación pasiva, un estilo de comunicación en el que la persona lo pasa realmente mal a la hora de poder frenar aquellas situaciones que le generan malestar o que son abusivas, pero se sienten incapaces por miedo, como decía, al rechazo o al abuso», apunta Irene Giménez. Al parecer, suelen ser personas inseguras y con baja autoestima por distintos motivos, por lo que pedir ayuda terapéutica puede estar indicado en estos casos: «La ausencia de límites también puede estar relacionada con cierta hiperresponsabilidad con ciertas tareas que no nos pertocan, y creer que podemos con todo. Eso sí, una cosa es ayudar a nuestros seres queridos y ser altruistas en momentos puntuales, y otra muy distinta adoptar las responsabilidades de los demás por sistema, porque eso acaba generando mucho desgaste…
El miedo que puede surgir…
Hay diversas razones por las que nos puede costar poner límites y van dependiendo de cada persona:
- Miedo a ser egoístas:según Macarena del Cojo, podemos tener la sensación que el poner límites significa no pensar en el otro y ser malas personas: «Solemos complacer al otro, dejando a un lado lo que nosotros queremos».
- Miedo a la soledad: en numerosas ocasiones podemos sentir que el establecer límites a los demás puede producir que la relación se termine. Hay un miedo a un enfado de la otra persona. Por lo que, con tal de que no se rompan las relaciones y evitar quedarnos solos, podemos permitir a los demás cosas con las que no nos sentimos cómodos.
- Sentimiento de omnipotencia: en este sentido, cuando creemos que podemos con todo, como una forma de dificultad de mostrar vulnerabilidad, accedemos a sobrecargarnos con todo y no solemos poner límites a los demás.
Por todo esto es mejor poner límites en los ámbitos que consideremos y así evitarnos una buena dosis de estrés.
Fuente: ABC Bienestar
Entrevista al autor «El cerebro de un adolescente»
Fuente: La voz de Galícia
David Bueno, doctor en Biología: «Es inevitable que los adolescentes se acuesten tarde»
David Bueno, autor de «El cerebro del adolescente». Xavier Torres-Bacchetta
Si eres de los que crees que los adolescentes necesitan mano dura, quizá cambies de idea al escuchar a David Bueno (Barcelona, 1965), doctor en Biología y profesor e investigador de la sección de Genética Biomédica, Evolutiva y del Desarrollo de la Universitat de Barcelona, autor de El cerebro del adolescente, un GPS para conducirse con ellos. «Lo primero es entender que la adolescencia es necesaria para la maduración de la persona. Y, puesto que no la podemos evitar, aprendamos a disfrutar de ella. ¡Sé que es difícil! Sobre todo, cuando se ponen muy rebeldes…», comienza.
—Pero son rebeldes con causa, no como James Dean…
—Son rebeldes con causa y esto es además muy sano. Es sano que un adolescente lo cuestione todo. Eso es precisamente lo que estimula a su cerebro a encontrarse a sí mismo.
—¿Lo normal, entonces, es que en la adolescencia haya rebeldía? ¿Qué pasa si no la hay, algo va mal?
—Hay algunos adolescentes que no terminan de rebelarse. Es algo que depende en parte de su carácter: hay personas más tranquilas, reflexivas, y otras impulsivas. También depende un poco del entorno. Si el entorno familiar, social, educativo, promueve la reflexión, la crítica, el respeto y la confianza, favorecerá, en principio, adolescentes menos rebeldes. Pero esa rebeldía, como te digo, también depende del carácter.
—¿Funciona el «Venga, vamos a hablar tú y yo, cuéntame»?
—Precisamente, el «vamos a hablar» no es la mejor estrategia con un adolescente. Porque, normalmente, se lo toman como una invasión a su intimidad y, por lo tanto, como una posible amenaza. Y una de las formas de responder a una posible amenaza es siendo agresivo. Te mandan a paseo con una frase malsonante…
—Algo como «¡No te metas en mis cosas! ¿Por qué lo quieres saber todo?».
—Bueno, eso es lo más suave que te puede decir un adolescente que se siente amenazado.
—¿Cómo hacemos para triunfar con ellos por la vía del diálogo?
—Con los adolescentes hay que hablar, pero cuando ellos quieren… y sin que parezca que estamos poniendo demasiada atención. Hay que estar cerca, para cuando ellos decidan. Y, normalmente cuando ellos lo deciden, tú estás atareado en otra cosa.
—¿Por qué se acuestan tan tarde y por qué les cuesta tanto levantarse?
—Es inevitable, es algo biológico. En la adolescencia, el ritmo circadiano se retrasa unas dos horas de promedio. Esto hace que el sueño les llegue más tarde. Si les obligamos a acostarse antes, no se van a poder dormir. A los 14 o 15 años, el sueño no les llega hasta las 12.00 o la 1.00. Luego el despertador les va a sonar a las 7.00, pero van a estar en stand by hasta las 10.00. Es importante que en las actividades de esas primeras horas seamos menos exigentes que en las de las 10.00 o las 12.00. Si les vemos medio dormidos a las 8.00 arrastrando los pies es que no lo pueden evitar. También es normal que no tengan hambre a esas horas.
—Dejarles irse sin desayunar no parece una buena opción…
—Una buena opción es sentarnos a desayunar con ellos. Nos sentamos con ellos y nos comemos una naranja y un plátano, nada menos. ¡Nada de sentarnos a mirarles mientras comen!
—¿La cháchara con ellos funciona?
—Sí, pero cuando ellos quieren… Incluso está bien criticar.
—¿La crítica compartida nos acerca, refuerza vínculos?
—Hombre, claro… Y está bien escucharles, no reñirles. Cuando están criticando, lo que están haciendo, en el fondo, es reflexionar, y esto es importante. Hay que dejarles que nos cuenten.
—¿Qué cambios neurológicos se producen en la adolescencia?
—Que hay un inicio hormonal es indudable. Es lo que desencadena la maduración del aparato reproductor, que es donde se inicia la pubertad y se empiezan a producir los cambios de los caracteres sexuales secundarios, como la pilosidad o el ensanchamiento de las caderas en las chicas. Esto es hormonal y obedece a programas genéticos. Cuando se ponen en marcha, ¡empieza! Y no hay más que decir. Cuando empieza la pubertad es cuando puede comenzar la adolescencia, básicamente una serie de cambios cerebrales que implican también cambios de conducta. La pubertad y la adolescencia están encadenadas, pero a nivel biológico es importante distinguirlas. Pueden ser púberes y no haber entrado en la adolescencia. Los cambios en su comportamiento se deben a cambios en tres zonas del cerebro: la amígdala se vuelve hiperreactiva. Por eso, reaccionan más rápidamente, con mayor intensidad, a cualquier situación. Esto nos molesta, pero es así y tiene que ser así, porque por primera vez se van a enfrentar a situaciones típicas de lo que es ser adulto sin tener experiencia en lo que significa serlo. Así que deben tener las emociones a flor de piel para detectar lo que implica una amenaza, para poder protegerse. Que tengan las emociones a flor de piel es bueno para su propia seguridad.
—Como adultos, a veces cuesta resistir. También somos humanos…
—Debemos favorecer su autocontrol, por supuesto, pero no nos tenemos que enfadar por sus cambios de humor, porque no pueden evitarlos.
—¿Qué otros cambios importantes se producen en ellos?
—La corteza prefrontal se reconfigura completamente, y es donde se generan comportamientos como la reflexividad, la planificación o la gestión de las emociones. Todo esto debe reconfigurarse para dejar atrás los comportamientos de infancia y poder adquirir los de los adultos, básicamente por imitación; de aquí la importancia del ejemplo. Los dos cambios grandes que se producen en su cerebro son una hiperreactividad emocional y una menor eficiencia para gestionarlo. Y nos queda un tercer elemento de cambio, que es el estriado, que es la zona del cerebro que produce las sensaciones de recompensa, de bienestar, de placer… Es lo que explica que prueben todo lo que está a su alcance que creen que puede ser interesante.
—Los amigos pasan en la adolescencia ser el centro de la vida de nuestros hijos. ¿Es normal?
—Sí, claro, su cerebro se lo está pidiendo. No es que haya que darles todo lo que les pide el cerebro, pero es normal y sano que quieran estar mucho tiempo con sus amigos, hablando durante horas de nada o callejeando sin rumbo. Esto les encanta. Es importante que puedan estar con sus iguales, porque así empezarán a establecer los vínculos que serán importantes de jóvenes y adultos. No se trata de que estén todo el día fuera con los amigos. También hay que poner límites… Pero es más fácil ponerlos cuando ya desde que eran pequeños te has ganado su confianza que si siempre has impuesto cosas de forma autoritaria. Lo más importante con los hijos, ya desde la primera infancia, es generar confianza. Tú debes confiar en ellos (aunque a veces te engañen) para que ellos puedan confiar en ti.
—¿Si hemos sido unos padres autoritarios, no hay remedio?
—Sí lo hay. El cerebro no deja de aprender cosas nuevas. Siempre puedes generar un ambiente de confianza. Con tranquilidad, compartiendo ratos juntos en casa. Ellos tienen que sentir que estás cerca. No se trata de que estés con ellos en la misma habitación, pero sí de compartir momentos, comidas (si no es la cena, la merienda). Es poco a poco. El primer día que te cuentan algo que te asusta, no pongas cara de susto; si no romperás la cadena de confianza.
—¿Los adolescentes, entonces, no necesitan mano dura?
—No. Lo que necesitan es apoyo, apoyo emocional. Que estemos cerca cuando nos necesiten, que no les saquemos las castañas del fuego. Tienen que aprender que, si cometen errores, deben reconducirlos. Pero la mano dura lo único que provoca es que se cierren en banda. Esto no significa que les dejemos hacer todo.
—¿Hay que pelear para que adquieran hábitos como ordenar la habitación, hacer la cama o recoger su ropa?
—Tienen que ir aprendiendo cuanto antes las responsabilidades que tendrán cada día de adultos. Deben hacer cosas como esas, pero si hay un día que no lo hacen, ese día que dejan la ropa tirada, debemos mirar para otro lado.
—¿Por qué sufren más estrés?
—Durante la adolescencia, el nivel de estrés aumenta. Si este estrés es demasiado elevado y se cronifica, es la puerta a la tristeza, la depresión, la ansiedad, a otras patologías que pueden ser muy graves. Nuestra aportación como adultos es no presionarlos más allá de su propio límite. Cuando vemos que se están estresando mucho, tenemos que bajar nosotros el ritmo de exigencia. Ellos necesitan más apoyo que exigencia. Les exigimos que sean buenos en todo, que saquen buenas notas en todo. Hay padres que si el hijo saca menos de un 9 se desesperan. Mejor valorar el esfuerzo que hacen que la nota final, porque el esfuerzo es lo que les hará seguir navegando toda la vida… ¿Qué hacíamos nosotros cuando éramos adolescentes? Debemos acordarnos más de cómo fuimos nosotros de adolescentes.
El arte de educar a un adolescente.
- Portazos que distancian.
- Juicios de valor que llenan de recelos.
- Reproches que rompen la confianza.
- Tonos de voz que ensordecen.
- Pantallas que aíslan.
No es fácil convivir junto a un adolescente y menos 24 horas 7 días a la semana. Educar a alguien que vive en constante ebullición, que en ocasiones cree que el mundo gira en contra suyo, que intenta dominar sus emociones torpemente. Con poca capacidad para la autocrítica, que vive entre la euforia y el catastrofismo, el llanto y las risas.
No es fácil acompañar con serenidad a un joven al que le cuesta reconocer sus errores, que está inmerso en un caos de cambios, que muestra dificultades para superar la frustración. Que vive en una vorágine de sentimientos, dudas y contradicciones.
No es fácil entender a alguien que en ocasiones se muestra poco empático, que tiene comportamientos desmesurados, que no sabe gestionar correctamente sus arrebatos de agresividad. Una persona en proceso de cambio, de descubrimiento, de construcción de su propia identidad.
No es fácil aceptar que esa persona que se pasa muchas horas solo en su habitación enganchado a su móvil ya no es aquel niño o niña al que acurrucábamos cuando tenía miedo. Ahora es un/a joven rebelde con ganas de descubrir el mundo a su manera, al que le cuesta escuchar nuestras opiniones y ha decidido querernos de forma diferente.
Que fácil es perder la paciencia, contagiarse de sus cambios de humor, sentirse herido con sus cuestionamientos.
Los adolescentes son rebeldes, egocéntricos, transgresores de normas, impulsivos. Pero también son cariñosos, colaboradores, creativos y han demostrado, al igual que los más pequeños, una ADMIRABLE CAPACIDAD de ADAPTACIÓN en este confinamiento que les ha robado su bien más preciado “SU LIBERTAD”.
Ojalá fuésemos más conscientes de lo difícil que es para ellos madurar en una sociedad consumista, globalizada e individualizada como la nuestra. Ojalá recordásemos más a menudo lo torpe que también éramos nosotros cuando teníamos su edad.
Cómo acercarnos a nuestros/as adolescentes
Aprovechemos esta pandemia para estrechar vínculos con nuestros hijos adolescentes, para acercar posturas, para demostrarles nuestro amor incondicional.
- Consensuemos normas, flexibilicemos límites, establezcamos consecuencias cuando no cumplan los pactos. Busquemos el equilibrio entre las reglas y el vínculo afectivo.
- Regalemos miradas que acojan, palabras que entiendan, abrazos que protejan, espacios que acerquen. Recordémosles a diario lo mucho que nos importan, lo que valoremos sus esfuerzos.
- Seamos el mejor de los ejemplos a la hora de gestionar los conflictos, de controlar nuestra ira, pactemos fórmulas que satisfagan a ambos lados.
- Hablemos con ganas de entendernos, sin interrogaciones, ironías, tonos acusativos o comparaciones. Con un lenguaje lleno de respeto y grandes dosis de afectividad.
- Démosles la libertad de dibujar su propio camino, de tomar decisiones aunque sepamos que van a equivocarse. Ayudémosles a descubrir sus propios valores, a mirarse al espejo aceptándose tal y como son.
- Respetemos la intimidad que necesitan, sus ritmos vitales, sus silencios que calman. Ayudémosles a asumir sus responsabilidades sin expectativas que ahoguen.
- Aceptemos que las pantallas son el cordón umbilical se sus relaciones, su ventana al mundo estos días, intentemos ayudarles en su gestión.
- No infravaloremos sus emociones, preguntémosles qué es lo que les preocupa, ayudémosles a encontrar respuestas a sus miedos. Enseñémosles a gestionar los riesgos, los cambios anímicos, la melancolía.
- Démosles protagonismo dentro de la familia, valoremos sus propuestas, escuchemos sus quejas con cariño. Compartamos actividades que fortalezcan nuestras relaciones.
- Abramos nuevos canales de comunicación, interesémonos por lo que les gusta, preguntémosles qué es lo que les preocupa.
- Acompañemos con toneladas de paciencia, serenidad y empatía. Con mucho sentido común y humor. Compartamos con ellos cómo nos sentimos cuando pierden los papeles, eduquemos des del respeto mutuo.
Querámosles cuando más lo necesitan, cuando más vulnerables son.
Artículo de Sonia Lopez, publicado en blog de MalasMadres
El impacto de las pantallas en la vida familiar durante el confinamiento.
Ya está disponible el estudio sobre «El impacto de las pantallas en la vida familiar durante el confinamiento», que ha sido elaborado por Empantallados junto a GAD 3.
Empantallados nos confirma que, durante el confinamiento, las pantallas han ayudado al 85% de las familias a hacer más actividades junto a sus hijos. Este estudio analiza el comportamiento de las familias durante la cuarentena basado en entrevistas online a una muestra representativa de padres y madres con hijos menores de 18 años, han agrupado los resultados en siete claves que analizan el uso y el impacto que han tenido las pantallas durante estos meses. Contamos con los datos para seguir aprendiendo y mejorando juntos. Descubre las claves y el análisis de diversos expertos en educación y salud, junto a los consejos de Empantallados que os ayudarán a seguir recorriendo el camino tan apasionante que nos ofrece cada día el mundo digital. |
Realizado por empantallados.com y GAD3, con el apoyo la Comisión Europea, para el que se realizaron entrevistas online a una muestra representativa de padres y madres con hijos menores de 18 años, en España.
#1 Esta es la primera parte del Estudio sobre el impacto de las pantallas en la vida familiar, durante las próximas semanas compararemos los datos del periodo de cuarentena con la percepción general previa a la cuarentena y contaremos con expertos que nos ayudarán a mejorar la gestión de las pantallas en casa.
El estudio recoge los principales datos en torno a las siguientes 7 claves:
#1 El entretenimiento digital de los menores ha aumentado considerablemente: de lunes a viernes, los más pequeños las utilizan a diario durante casi cuatro horas, un 76% más que antes del confinamiento. El fin de semana, la media es de cinco horas al día, lo que supone un aumento del 33%.
#2 La mayoría de los entrevistados (el 59%) piensa que está mucho más unido a sus hijos que antes del inicio del confinamiento.
#3 Las pantallas han creado nuevas oportunidades.
«Debemos afrontar la nueva normalidad con más destrezas como padres para hablar con ellos de lo que les inquieta y les preocupa». María Zalbidea. Analista de tendencias digitales.
El 85% de los padres y madres reconocen que las pantallas han creado nuevas oportunidades para hacer cosas con sus hijos, como ver películas o jugar juntos.
“No podemos permitir que todo el tiempo libre de los hijos e hijas quede reducido a pantallas”. Silvia ÁlavaPsicóloga educativa. Doctora en Psicología clínica y de la salud.
#4 Conflictos causados por las pantallas durante la cuarentena.
“El mejor control parental siempre vamos a ser los padres y madres estando presentes y disponibles para los hijos.” María Salmerón. Pediatra y Doctora en Medicina.
El 25% cree que la tecnología ha aumentado los conflictos con los hijos. Y cuatro de cada diez padres opinan que necesitan crear hábitos de desconexión.
#5 Es el momento de hablar con tus hijos sobre tecnología.
“Hay que ser capaces de moderar nuestro consumo de noticias para tener una versión equilibrada de lo que está pasando” Gustavo Entrala. Experto en Innovación y Branding.
El 67% de los padres afirman que este tiempo ha sido una oportunidad para hablar con sus hijos sobre cómo hacer un uso saludable de las pantallas. Más del 80% de los padres y madres de hijos adolescentes afirma haber hablado con ellos sobre bulos y fake news.
“Es un buen momento para conocer y conectar con lo que les gusta a los hijos. A partir de ahí podremos introducir pautas que les ayuden en su bienestar digital”. María Zalbidea Analista de tendencias digitales.
#6 Riesgos y preocupaciones en educación digital.
El análisis“Para cuidar la vista en casa es importante la iluminación, la distancia adecuada de la pantalla y hacer pausas”. José María Herce. Óptico optometrista.
La relación con desconocidos, el acceso a contenidos inadecuados y el ciberacoso son los peligros que más preocupan a los padres. Respecto a los efectos de un uso indebido de la tecnología, la pérdida de salud ocular y el insomnio son los elementos que más inquietud les producen.
#7 La educación tras el COVID-19.
El análisis“La mitad de los padres y madres han tenido que comprar dispositivos para las tareas escolares de los hijos”. Narciso Michavila. Presidente de GAD3
Seis de cada diez padres (59%) han mejorado su opinión sobre la educación online. El 85% cree que, a partir de ahora, se hará un mayor uso de la tecnología en el entorno escolar. El 77% considera que llevará a una actualización del profesorado.
Fuente: Artículo de Empantallados.
Empantallados.com es una plataforma digital para ayudar a padres y madres a aprovechar la tecnología como una oportunidad más para educar. Empantallados publica artículos, entrevistas a expertos, tests, y recursos descargables para acercar a los padres y madres al mundo de sus hijos. La herramienta también cuenta con una newsletter a la que los usuarios pueden suscribirse a través de la web y perfiles en las principales redes sociales.
GAD3 es una consultora de investigación social y de comunicación con sede en Madrid y proyección internacional. Cada año realiza decenas de estudios, analizando la sociedad en sus distintas facetas: educación, empresa, cultura y análisis electoral, entre otras áreas.
Aprender de esta experiencia.
Esperando que las cosas cambien
Hay personas que pasan su vida esperando que las cosas cambien o que otros cambien. ¿Cuántos pensáis que os sentiríais mejor si la situación o las personas fueran distintas?
– “si este virus no fuera una pandemia yo podría …”
– “si no estuviéramos encerrados en casa yo haría …”
– “la de cosas que tendría si pudiera trabajar…”
Y ¿por qué pensamos de esta manera? ¿Por qué tenemos este tipo de pensamiento condicionado a algo externo?
Pues porque nos educaron así. Nos educaron con modificación de conducta, con herramientas de influencia e impacto externo y muchos repetimos este modelo de control y corrección de forma automática.
Pongo un ejemplo: en las familias con hijos, los padres, con nuestra mejor intención, queremos modificar la conducta de los hijos, y cuando no lo conseguimos y la situación nos supera, recurrimos al enfado y la queja. Otro ejemplo, en el trabajo, los jefes quieren y necesitan mantener un control sobre el desempeño y conducta de los empleados, y si no lo logran, la reacción es la misma que la de los padres con los hijos.
¿Dónde quiero llegar con esta introducción? Me gustaría que reflexionarais conmigo. Si ahora estamos estrenando una nueva situación que nos instala continuamente en la queja, que hace que nos sintamos vulnerables e inseguros, activando continuamente nuestra alerta emocional y física y si pensamos que la única solución es que las circunstancias cambien; la lectura que hace nuestro cerebro es que nosotros no podemos hacer nada, que estamos en manos de los demás y las circunstancias. Y aunque en cierta medida es así, nos tenemos que preguntar dónde queda nuestra posibilidad de cambio, adaptación y mejora.
Cultivemos la Gran Parcela del Poder
Pues tengo buenas noticias para vosotros; la filosofía de vida de la Disciplina Positiva nos dice que todos tenemos una “Gran Parcela de Poder”, cada uno la nuestra, más o menos grande o pequeña, pero nuestra. Sobre ella decidimos, actuamos y además podemos hacer crecer. Así que ¡cultivémosla!
“Podemos cambiar nuestra vida y la actitud de las personas que nos rodean simplemente cambiándonos a nosotros mismos” Rudolf Dreikurs.
Cuando leí por primera vez esta frase, hace ya años, en un primer momento me pareció vacía de significado y de poco valor. Ahora entiendo por qué; porque yo también me sentía así. ¿Cómo alguien tan pequeña e insignificante como yo podía tener influencia en nada ni en nadie?
Pero cuando fui madre está frase comenzó a tener un sentido real y empezó a hacerse poderosa, tal y como lo es hoy día para mí. Me di cuenta de que mi actitud, mi forma de sentir y de vivir, repercutía y resonaba directamente en mi entorno: hijas, marido, hogar… Fue entonces cuando fui consciente de mi “Gran Parcela de Poder”. Y empecé a cultivarla, a trabajarla, a sembrarla con tiempo de observación, a hacer prácticas en ella. De esta forma comencé a conocerme más y mejor. Y experimenté como esta parcela crecía y cómo mi actitud hacía cambiar el comportamiento y la energía de las personas que me rodeaban; tanto en el trabajo con mi jefe y mis compañeros de oficina, como también con mis amigas e incluso con alguno de mis vecinos.
Aprendí a salir de la queja no dejando puesto el piloto automático, aprendí a tomar las riendas de mi vida sin esperar que las cosas cambiasen solas, y sobre todo aprendí que el cambio, inevitablemente, empezaba en mí.
Os invito a que observéis y cultivéis vuestra “Gran Parcela de Poder”, que calculéis sus metros cuadrados, que midáis su poder de influencia, que analicéis la actitud y energía que desprende y a cuántas personas alcanza.
No sigáis esperando que las cosas cambien, recordad que EL CAMBIO ESTÁ EN CADA UNO DE NOSOTROS.
Este post está publicado en Dedalo Cominucación y escrito por Sonia Martín, Educadora y formadora en Desarrollo Personal. Facilitadora de las metodologías: Coaching por Valores, Lego Serios Play y Disciplina Positiva. Socio-Fundadora de EquipoEduca.
Feliz día de la Familia
El Día Internacional de la Familia fue instituido por la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU) en Septiembre de 1993, y se celebra todos los años el 15 de mayo, que coincide con la festividad de San Isidro.
El objetivo de celebrar el Día Internacional de la Familia cada año es crear conciencia sobre el papel fundamental de las familias en la educación de los hijos desde la primera infancia, y las oportunidades de aprendizaje permanente que existen para los niños y las niñas y los jóvenes.
En estos días, con esta situación anómala e irregular, estamos viviendo en el hogares una estrecha relación entre los miembros más cercanos de la familia. Esta situación nos ha forzado a compartir más tiempo en familia, pudiendo encontrar algunas dificultades en la convivencia familiar que aumentan las probabilidades de que aparezcan disputas, conflictos, discusiones y malentendidos.
Darnos cuenta de estas situaciones más problemáticas nos ayudan a identificar cuales pueden ser nuestros puntos débiles como familia y reconocerlos como oportunidades de aprendizaje y mejora.
Estos retos diarios nos invitan a practicar:
- el respeto mutuo
- la flexibilidad
- mejorar la comunicación
- la empatía
- la escucha verdadera
- reconocer las necesidades de los demás
- en definitiva, aprender juntos habilidades de vida para así subsanarlos y garantizar una convivencia agradable y llevadera.
Hoy que celebramos este día tan especial, es el momento de reflexionar como podemos mejorar nuestra convivencia en casa y ser mejores personas y mejor Familia.
Esta conmemoración debería celebrarse todos los días, para dar gracias a todos y cada uno de los miembros que componen nuestra Familia, porque la Familia es el lugar donde aprendemos a crecer como personas encontrando la protección y seguridad que necesitamos para desarrollarnos plenamente como seres humanos.
Gracias Familia por estar siempre apoyándome 🙂
Escucha tus tripas. También ahí hay neuronas que rugen.
Pensamos también con las tripas
por Pilar Jerico |
“Si le digo a mi jefe lo que pienso, seguramente tendré que echar algún curriculum”, “si le digo algo agradable a mi pareja, me sonreirá” y “si me pongo hecho un basilisco con el guardia de tráfico, me pondrá más de una multa”. Los anteriores son ejemplos de cómo construimos nuestra propia sabiduría personal en base a nuestra experiencia. Según Larry Squire, de la Universidad de San Diego, toda esa información se almacena en los ganglios basales, una red nerviosa muy primitiva de nuestro cerebro, de tamaño de una bola de golf. Pues bien, para saber qué deseamos realmente, necesitamos que los ganglios basales se expresen y estos, curiosamente, tienen un teléfono rojo con nuestras tripas. Por eso, cuando conocemos a alguien y nos da “mala espina” lo sentimos en el estómago, porque es una expresión de nuestros ganglios basales que nos avisan. Las tripas no son oradores profesionales que hablen con palabras encima de un escenario, pero se expresan a su modo y lo interesante es escucharles. Pero aún hay más.
Nuestro sistema digestivo es el segundo cerebro, según Michael Gershon, profesor de Anatomía de la Universidad de Columbia. Alrededor de nuestro aparato digestivo está el sistema nervioso entérico, que contiene 100 millones de neuronas, una milésima parte de las del cerebro (por cierto, el corazón es otro órgano “pensante” más pequeñajo con solo 40.000 neuronas). El 90 por ciento de nuestra serotonina, el famoso neurotransmisor de la felicidad y del bienestar, se produce y se almacena en el mismo sitio, el intestino.
En definitiva, en Occidente hemos pensado que el ser humano es un inmenso cabezón y que el cuerpo, simplemente, es el soporte para sostenerle, además de para estar guapos y demás funciones “menores”. Ya es hora de cambiar este punto de vista, escuchar cada vez más lo que nos dice nuestro cuerpo y ser honestos con nuestro deseo genuino. O dicho de otro modo, date el permiso de decirte a ti mismo: “Lo quiero porque me sale de las tripas”.
La determinación la encontramos cuando somos capaces de alinear nuestros tres ejes: nuestra mente, nuestras emociones y nuestros instintos (que se expresan muchas veces en las tripas). Pero es en este último donde habita la fuerza; de ahí que tengamos que prestarle atención. Y si alguno de los tres falla, nos sentimos sin esa energía para conseguir nuestros sueños o hacemos cosas que luego nos arrepentimos (si siguiéramos solo al instinto posiblemente seguiríamos viviendo en los árboles). Por ello, la clave para saber qué queremos está en el equilibrio de los tres ejes y sobre todo en invitar a nuestro olvidado instinto al terreno de juego. Él también tiene que opinar.
Escucha tus tripas. También ahí hay neuronas que rugen.
Basado en el libro: “¿Y si realmente pudieras? La fuerza de tu determinación”
Aprender de esta nueva situación
La siguiente frase la releí hace unos días y me resonó internamente. Y me pregunté ¿Qué he aprendido estos días de cuarentena? ¿Qué he aprendido de esta prueba de vida? ¿Qué se puede aprender de esta nueva situación?
“La escuela, te enseñan una lección y luego te ponen una prueba.
La vida te pone una prueba y luego aprendes la lección.”
Tom Bodett
He aprendido que soy muy vulnerable física y emocionalmente.
Durante muchos días, semanas, he vivido una parálisis mental y emocional. No quería pensar, no quería sentir. Y en ese estado de trance, recordé una de las reflexiones de mi mentor Matti Hemmi, ¿qué ocurre si no piensas?
Pues, paradojicamente para mí, si no pienso dejo espacio a la escucha, no sólo a la escucha externa, sino también a la escucha interna que tanto me cuesta hacer. Puedo escucharme, puedo escuchar mi cuerpo, y reconocer si tengo molestias físicas; en la cabeza, en el estómago, en las articulaciones, que, inevitablemente, puedo relacionar con mis emociones.
Esos ligeros dolores de cabeza que me hablan de mi angustia y ansiedad, esos retortijones espontáneos que me recuerdas mis miedos, y esa presión en el pecho y la garganta que ahogan mi tristeza.
En estos días he aprendido a esperar, a reconocer que necesito tiempo para reflexionar, tiempo para mí; tiempo para entenderme, para cuidarme, para quererme, y que esta situación me está brindado la oportunidad de plantearme qué quiero, cómo lo quiero y para qué lo quiero.
La vida me ha puesto a prueba, como a muchos de vosotros, y aunque llevo catorce años recibiendo e impartiendo lecciones de Desarrollo y Crecimiento Personal, y acompañando a otras personas en su proceso y transformación personal, sigo aprendiendo todos los días nuevas herramientas, técnicas y habilidades para ser mejor persona y mejor profesional.
Estoy aprendiendo cómo quiero vivir mañana.
Y tú, ¿has tenido tiempo de pensar, de sentir, de aprender? ¿Crees que es un buen momento para hacerlo?
Te invito a que:
Reflexiones sobre lo que has aprendido de esta “Lección de Vida”, y sueñes como quieres ser y vivir mañana. 😉
Cómo funciona el cerebro de los adolescentes.
Saber que sucede en su cerebro resulta de utilidad para comprender sus cambios de conducta, su atracción al riesgo, su falta de reflexión en la toma de decisiones y su impulsividad.
La adolescencia es la etapa del desarrollo en la que se da la transición hacia la vida adulta y se caracteriza por un ritmo acelerado de crecimiento. Durante este tiempo se suceden una serie de cambios neurológicos, cognitivos y socioemocionales, además de una maduración física y sexual. Todas esas experiencias incluyen la transición hacia la independencia social y económica, el desarrollo de la identidad, un aumento del egocentrismo, la adquisición de las aptitudes necesarias para establecer relaciones en los grupos y la práctica de roles.
Esta etapa asusta a muchas familias, sin embargo, no debería ser visto como un momento problemático, sino como un periodo de adaptación a la vida social como adultos, y representa una maravillosa oportunidad para el desarrollo de la personalidad y la evolución de los seres humanos. El adolescente es un ser muy sensible y sumamente adaptable, que se prepara para abandonar la seguridad del hogar e integrarse en el mundo exterior, y este es un entrenamiento lento y constante, en el que a veces tiene éxito y a veces no. Recordemos que los seres humanos aprendemos por el método de ensayo y error.
Cuando, como adultos, observamos la conducta de un adolescente, muchas veces no conseguimos entender por qué se comportan así. Esto sucede porque buscamos las causas únicamente en el medio social y cultural, ignorando los cambios que experimenta el cerebro con la irrupción de la pubertad y las influencias hormonales.
¿Cuánto dura esto?
«Esta es la pregunta que, con más frecuencia, me plantean los padres y madres de adolescentes en mis talleres y es que la mayoría de ellos desconocen tres cuestiones que, a mi entender, son importantes. La primera de ellas es que la adolescencia es una etapa, y como tal, no dura toda la vida, aunque a algunos, se les haga interminable. La segunda es que no saben cuándo comienza, tan solo advierten algunos cambios de conducta en sus hijos e hijas pero, a menudo, lo interpretan como algo que está fallando «¡con lo bien que iba todo…!», y por último, todos padecen una especie de amnesia y no recuerdan que ellos también pasaron por esa etapa de la vida.
Con respecto al comienzo de la adolescencia, aunque esta sociedad se empeñe en adelantarla cada vez más, podemos decir que comienza entre los 11 y los 13 años, con una variación dependiendo del sexo, ya que los estudios confirman que las niñas comienzan y acaban el proceso de maduración un poco antes que los niños, pero cuidado, no podemos pensar que una niña de ocho o nueve años es una preadolescente o una adolescente es tan solo una niña, a pesar de la hipersexualización a la que se ven cada vez más sometidas.
¿Cuándo finaliza?
Entre los 19 y 21 años, aunque algunos psicólogos afirman que a los 25. Por lo tanto, dura una media de ocho años, existiendo una diferencia por sexo. Se trata por tanto, de una etapa un poco larga, sobre todo si carecemos de herramientas para una comunicación efectiva y una convivencia sana. ¿Recuerdas cuándo eras adolescente? ¿eres capaz de reflexionar sobre alguna cosa que hiciste durante esa etapa y que nunca le contaste a tus padres? Recordar tus años de adolescente te ayudará a calmar un poco las preocupaciones y a recobrar la confianza en tu hijo.
Qué ocurre en el cerebro durante este proceso?
La maduración cerebral: aunque el cerebro se desarrolla de manera gradual durante la infancia es, al final de esta cuando alcanza su tamaño máximo. Por lo tanto, se llega a la adolescencia con el cerebro prácticamente desarrollado pero falta la última fase, la maduración. Es la base del cerebro adulto. Este es un periodo donde se produce una extraordinaria reorganización cerebral, comparable a los tres primeros años de vida, por tanto, los cambios más importantes no están relacionados con el desarrollo cerebral, si no con un proceso de reorganización de las diferentes regiones cerebrales que mejora la comunicación entre las mismas. Es la base del cerebro adulto, donde empieza a formarse la identidad.
Se trata de un proceso biológico que está fuera de su control y que la doctora en Educación y terapeuta Jane Nelsen, identifica con el proceso de individualización. Este se caracteriza por una serie de cambios en la conducta de nuestros hijos que, todos los padres y madres de adolescentes, somos capaces de identificar…
Los adolescentes tienen la necesidad de descubrir quiénes son.
- Atraviesan por enormes cambios físicos y emocionales (Un día no paran de hablar y al día siguiente se limitan a contestar con monosílabos).
- Exploran y ejercitan su poder personal y su autonomía. Necesitan sentir su poder e importancia en el mundo. Dirigir, sin ser dirigidos.
- La relación con los amigos tiene prioridad sobre las relaciones familiares. Necesitan construir relaciones con personas de su misma edad. Por tanto, empezarán a querer desmarcarse de los planes familiares.
- Tienen una gran necesidad de privacidad. Sobre todo dentro de su entorno familiar.
- Se trata de una etapa en la que subestiman a los padres, que pueden llegar a convertirse en «una vergüenza» para ellos («No me dejes en la puerta», «No me des la mano», «No me beses»).
- Se ven a sí mismos como omnipotentes y sabiondos.
El proceso de indvidualización a menudo parece rebeldía a los ojos de los padres. Esta es la causa principal por la que muchos padres reaccionan en lugar de actuar de forma reflexiva y auto modelando.
En mi opinión, este es un momento decisivo en la crianza de nuestros hijos ya que va a afianzar el patrón educativo que hayamos empleado con ellos hasta ahora. Si, hemos sido muy autoritarios, puede que se distancien, se vuelvan dependientes emocionalmente o bien se vean incapaces de madurar, ya que carecerán de habilidades para hacer sus propias decisiones. Si por el contrario, fuimos permisivos, se verán muy perdidos, sin límites e inseguros. Por tanto, esta etapa quizá nos remueva la conciencia y seamos conscientes de la necesidad de cambiar nuestro estilo educativo, lo que no implica cambiar de valores.
Las terapeutas, Jane Nelsen y Lynn Lott, afirman que los padres avivamos las llamas de la rebeldía de los adolescentes cuando:
- No comprendemos, respetamos o apoyamos el proceso de individualización.
- Tomamos este proceso, como algo personal («Con todo lo que he hecho por ti…»)
- Nos sentimos culpables. (En Disciplina Positiva siempre decimos que no es cuestión de culpabilidad sino de responsabilidad).
- Nos asustamos de los errores de nuestros hijos. (Cuando es inevitable que los cometan. Y no solo ellos, nosotros, como padres, también).
- Tratamos de impedir la individualización a través de la culpa, el castigo, la humillación, la sobreprotección o la negligencia.
- Pensamos que la forma en la que se comportan nuestros hijos será para siempre.
- No respetamos el hecho de que nuestro hijo sea diferente y pueda elegir un estilo de vida con el que no estemos de acuerdo.
Se trata por tanto, según las terapeutas, de dejar de ser el piloto y convertirse en el copiloto. No importa si te dicen constantemente que les dejen en paz, necesitan tu apoyo y sentir que estás a su lado.
Artículo de: *Yolanda Alfonso Arias. Socióloga y Educadora de Disciplina Positiva de Familias y de Aula