Los límites físicos son más fáciles de establecer que los límites emocionales, pero ambos son igual de importantes
Párate un momento a pensar en esa caminata que un día hiciste por la montaña o el campo con amigos, con tu pareja, con familiares… o quizá sola, y te encontraste con un cartel en un determinado punto de la andadura que decía «Prohibido el paso», o una señal que anunciaba peligro, con un enorme símbolo de exclamación en medio. Al verlos, tanto a uno como al otro, entendemos que no podemos seguir nuestra ruta y damos media vuelta, ¿verdad? Algo así debería ocurrir con los límites que debemos marcar en nuestra vida.
Los límites no son más que las indicaciones de uno o varios puntos que no se deben o no se pueden sobrepasar. Los límites físicos son más fáciles de establecer que los límites emocionales y, sin embargo, son igual de importantes ya que nos estructuran como personas y van definiendo nuestra identidad.
Por otro lado, es una forma de defendernos ante el otro.
Ambos tipos de límites, tal como indica Macarena del Cojo, psicóloga general sanitaria en Instituto Psicológico Cláritas, nos ayudan a una autorregulación: «Es lo que va a asentar las bases de una adecuada autoestima, ya que permiten diferenciar hasta dónde llega el otro y hasta donde yo o como es el otro y como soy yo».
Tips para poner límites
Cercar dónde no pueden acceder los que nos rodean, o al menos no todos, es una forma de protección no solo de lo íntimo, también de lo que no queremos hablar o hacer porque nos hace daño o no nos hace sentir cómodos. Irene Giménez, especialista en Psicología en el Institut Dra. Natalia Ribé y miembro de Top Doctors, lo considera imprescindible: «Cuando ponemos límites no hacemos más que expresar nuestras necesidades, a pesar de que éstas sean diferentes a las del resto. Y lo mismo ocurre cuando son los otros quienes nos ponen límites; en ese momento nos vemos obligados a atender a las necesidades y sentimientos de los demás, a pesar de que éstos choquen con nuestros deseos». Todo ello va relacionado con la empatía y la autoestima.
«Poner límites va a asentar las bases de una adecuada autoestima»
Macarena del Cojo , psicóloga general sanitaria en Instituto Psicológico Cláritas
Para esta psicóloga, priorizar constantemente las necesidades de los demás, por miedo al rechazo, a ser juzgados o por evitar sentirnos culpables después, nos merma directamente la autoestima. Por tanto, aprender a decir ‘no’ repercute en nuestro bienestar y se encuentra en la base de cualquier relación sana que se precie.
A la hora de poner límites, tenemos que incluir la palabra ‘no’. Un monosílabo que no se tarda nada en decir y el que, en cambio, nos cuesta tanto… Según dice Laura Fuster, psicóloga en Valencia, en su consulta proponen a las personas que les cuesta decir que no «que empiecen haciéndolo en situaciones sencillas y con personas de confianza». La primera palabra debe ser no, seguido de ejercer contacto visual y con un tono de voz seguro y audible. Esto sería expresándonos de una manera directa y sin dudas pero también con educación y respeto hacia la otra persona, algo así como… ¿Quieres tomar café conmigo? y contestar ‘no, no me apetece tomar café’.
Del mismo modo, cuando acepto un ‘no’ por respuesta sin frustrarme, sentirme dolido o enfadarme por ello, pongo en marcha los mecanismos de la empatía, comprendo y acepto que el otro priorice sus deseos y necesidades a las mías, y es más, lo respeto por ello. No debemos olvidar que las personas que establecen límites y se comunican asertivamente, son las más respetadas.
Aunque nunca es tarde para aprender a poner límites, es importante destacar que el momento perfecto para entrenarse en ello es la infancia. Para Irene Giménez, cuantos menos límites pongamos a los niños, menos tolerantes a la frustración serán, de manera que al llegar a la edad adulta no estarán preparados emocionalmente para aceptar un ‘no’ por respuesta, y esto traerá consecuencias nefastas. Del mismo modo, cuenta, cuando en la infancia la dinámica familiar es muy autoritaria y nunca se cede a nada, es decir cuando todo es ‘no’, en la edad adulta también aparecerán problemas de baja autoestima e inseguridades.
«La ausencia de límites también puede estar relacionada con cierta hiperresponsabilidad con ciertas tareas que no nos pertocan, y creer que podemos con todo»
Irene Giménez , especialista en Psicología en el Institut Dra. Natalia Ribé y miembro de Top Doctors
Como en todo, el primer paso es el que más cuesta. En este caso, ser consciente de que hay que limitar «el acceso» libre que se toman muchas personas ya es un gran paso, y estos serían los siguientes a seguir:
- Detectar las situaciones: lo primero es detectar las situaciones que nos provoquen un malestar. Aunque no hagamos nada al principio, pero es necesario este ejercicio de autoobservación. Una vez vayamos teniendo más claro y nos creamos nosotros mismo los límites iremos actuando poco a poco sin darnos cuenta.
- No autoexigirnos: «Es importante tenernos paciencia. Empezar a establecer límites no es algo fácil por lo que tenemos que ser considerados con nosotros mismos», explica Macarena del Cojo.
- Soportar la culpa: tal como advierte la psicóloga del Instituto Psicológico Cláritas, al principio va a ser común que sintamos culpa por llevarlo a cabo, ya que los vivimos como algo negativo hacia el otro, pero «es algo que poco a poco remitirá».
- Recordar nuestro valor: todos somos valiosos y tenemos derecho a decir y actuar lo que pensamos. Los demás van a seguir queriéndonos igual.
- Ser asertivo: Poder decir lo que pensamos siendo educados pero con firmeza. Lo que nos produce seguridad y respeto.
- Saber decir ‘no’. «Es el santo grial», señala la psicóloga de Top Doctors Irene Giménez. Como ya hemos visto, para empezar a poner límites en nuestra vida, tenemos que empezar a practicar el ‘no’ cuando verdaderamente no nos apetece algo, y no dejarnos intoxicar por el miedo al qué dirán, por si el otro se enfadará o por pensamientos irracionales del tipo «no soy buena persona o amiga por haber dicho no».
En el caso de no poner límites, tenemos que hacer frente a las consecuencias. «Cuando el hecho de no poner límites se produce en un largo periodo de tiempo o con ciertas personas tiene una serie de consecuencias», alerta Macarena del Cojo.
En primer lugar sufriremos un malestar general ya que estamos ante una relación que no es igualitaria. Tus necesidades no cuentan: «Puede provocar una inseguridad general derivado de una baja autoestima, ya que el otro no da valor a lo que yo quiero porque yo mismo no le estoy dando valor», cuenta.
Además de la dependencia emocional que se va a producir , tendremos dificultad para saber lo que yo quiero… «Al haber dejado a un lado continuamente lo que uno quiere a costa del otro, provoca que tengamos dificultades en identificar quiénes somos y lo que queremos. Es decir, una falta de identidad», alerta la psicóloga del Instituto Psicológico Cláritas.
«La ausencia de límites se encuentra en la base de la comunicación pasiva, un estilo de comunicación en el que la persona lo pasa realmente mal a la hora de poder frenar aquellas situaciones que le generan malestar o que son abusivas, pero se sienten incapaces por miedo, como decía, al rechazo o al abuso», apunta Irene Giménez. Al parecer, suelen ser personas inseguras y con baja autoestima por distintos motivos, por lo que pedir ayuda terapéutica puede estar indicado en estos casos: «La ausencia de límites también puede estar relacionada con cierta hiperresponsabilidad con ciertas tareas que no nos pertocan, y creer que podemos con todo. Eso sí, una cosa es ayudar a nuestros seres queridos y ser altruistas en momentos puntuales, y otra muy distinta adoptar las responsabilidades de los demás por sistema, porque eso acaba generando mucho desgaste…
El miedo que puede surgir…
Hay diversas razones por las que nos puede costar poner límites y van dependiendo de cada persona:
- Miedo a ser egoístas:según Macarena del Cojo, podemos tener la sensación que el poner límites significa no pensar en el otro y ser malas personas: «Solemos complacer al otro, dejando a un lado lo que nosotros queremos».
- Miedo a la soledad: en numerosas ocasiones podemos sentir que el establecer límites a los demás puede producir que la relación se termine. Hay un miedo a un enfado de la otra persona. Por lo que, con tal de que no se rompan las relaciones y evitar quedarnos solos, podemos permitir a los demás cosas con las que no nos sentimos cómodos.
- Sentimiento de omnipotencia: en este sentido, cuando creemos que podemos con todo, como una forma de dificultad de mostrar vulnerabilidad, accedemos a sobrecargarnos con todo y no solemos poner límites a los demás.
Por todo esto es mejor poner límites en los ámbitos que consideremos y así evitarnos una buena dosis de estrés.
Fuente: ABC Bienestar